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QUO VADIS

Mas Petronio encogióse de hombros, y dij: —Con su fidelidad sí, mas no con su número: Permanece entre tanto donde te hallas: aquí estamos más seguros; pero hay necesidad de pacificar al pueblo.

Séneca y el cónsul Linicio fueron de esta misma opinión.

Entre tanto crecía la agitación abajo, y el pueblo estaba armándose de piedras, estacas de tiendas de campaña, maderos de los carros, tablas y piezas de hierro.

Al cabo de pocos instantes algunos de los jefes pretorianos presentáronse diciendo que las cohortes, estrechadas por la multitud, conservaban la línea de batalla con extrema dificultad y encontrándose sin orden de ataque, no sabían qué hacer.

—¡Oh, dioses!—exclamó Nerón.—¡Qué noche! Por un lado el incendio, por el otro, las tumultuosas ondas populares!

Y púsose á rebuscar las expresiones más gráficas y brillantes que pudieran describir el peligro del momento.

Pero, observando luego en derredor las miradas de alarma y los pálidos semblantes de sus cortesanos, invadióle el miedo como á los demás.

—Dadme mi manto obscuro con caperuza,—exclamó.¿Hay entonces realmente conato de sublevación?

—Señor,—dijo Tigelino con voz temblorosa, —he hecho cuanto me ha sido posible por restablecer el orden, mas el peligro es, en efecto, inminente. Habla, joh señor! al pueblo y hazle promesas!

—¿Hablar el César á la plebe? Que algún otro lo haga en mi nombre. ¿Quién quiere encargarse de ello?

—Yol—contestó con calma Petronio.

—Ve, amigo mío: tú siempre me has sido fiel en la hora de la prueba. Ve, y no excuses promesas.

Petronio se volvió entonces á los cortesanos con una expresión indolente é irónica, y dijo: