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QUO VADIS

Puso luego una mano en el hombro del árbitro, guardó silencio un instante y en seguida preguntó de súbito: —Dime con sinceridad, ¿qué concepto formaste de mi cuando cantaba?

—Te creí digno del espectáculo, así como el espectáculo era digno de ti, —dijo Petronio.

—Pero contemplémosle todavía,—agregó tornando la vista hacia el incendio; —y demos el adios postrero á la Roma antigua.

CAPÍTULO XLVII

Las palabras del Apóstol llevaron la serenidad al alma de los cristianos.

Siempre seguían creyendo próximo el fin del mundo, mas, parecíales al propio tiempo que el día del juicio no habría de llegar inmediatamente, que primeramente ve rían el término de la dominación de Nerón reputada por ellos como el reinado de Satanás. Y aguardaban también ser espectadores del castigo que habría de dar Dios á los crímenes del César que al cielo clamaban venganza.

Y así, fortalecida la fe en sus corazones, dispersáronse después de terminados los oficios, dirigiéndose á sus domicilios provisionales y aún al Trans—Tiber; porque había llegado hasta ellos la noticia de que el fuego, circunscrito allí á ciertos límites en muchos puntos, habia desviado su curso merced á un cambio de viento, vuelto nuevamente hacia el río, y después de continuar aquí y alli su devoradora obra, cesó de propagarse en ese barrio.

El Apóstol, acompañado de Vinicio, á quien seguía Chilo, salió también del subterraneo.

No se atrevió el joven tribuno á interrumpir las oraciones del anciano. Le acompañaba, pues, silenciosamente, limitándose á implorar su compasión con los ojos y temblando de alarma.

Muchos acercábanse á besar á Pedro las manos y la orla