Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo II (1900).pdf/205

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
201
QUO VADIS

buído entre el populacho, no bastaban, empero, á contener la indignación y el adverso rumor popular. Sólo estaban contentos los que formaban el hato de ladrones, criminales y facinerosos sin hogar, pero que comían, bebian y robaban lo bastante.

Pero las personas que habían perdido todas sus propiedades y á sus deudos más inmediatos, no podían ser ganadas mediante la apertura de los jardines, la distribución de pan, ó la promesa de juegos y obsequios populares.

La catástrofe había sido demasiado grande y no tenía paralelo en el mundo.

Otros, en cuyo corazón existía latente aun el fuego saero del amor á la ciudad de su nacimiento, sublevábanse en su interior hasta la desesperación ante la noticia de que el antiguo nombre de Roma iba á desaparecer y que sobre las cenizas de la capital, el César proponíase erigir una nueva ciudad llamada Necrópolis. Una corriente de odio fué así formándose y creciendo de día en día, no obstante las adulaciones de los angustianos y las calumnias de Tigelino.

Neron, más sensible que ninguno de sus predecesores al favor del populacho, pensó con alarma que en la enconada y mortal lucha, iniciada con los patricios en el Senado, podría faltarle en un momento dado el apoyo popular.

Los propios augustianos hallábanse poseídos por no menor alarma, al pensar en que cualquier mañana podría sonar para ellos la hora de la destrucción.

Tigelino era de parecer que se hiciera venir algunas legiones del Asia Menor. Vatinio, que reía aun cuando le estuvieran abofeteando el rostro, perdió su buen humor, y Vitelio, el apetito.

Otros tomaban consejo entre sí acerca de la mejor manera de evitar el peligro, porque para nadie era un misterio que si el César hubiera de verse envuelto en la vorágine de una rebelión, no escaparía ninguno de los augustianos, á excepción quizá de Petronio