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QUO VADIS

crees tú que los conmovería, como Orfeo conmovió á las fieras?

A esto Tulio Senecio, que se hallaba anhelante por volver al lado de las esclavas que había traído de Ancio y que hacía rato sentíase impaciente, replicó: —Sin duda alguna, César, en caso de que te permitan empezar.

—¡Vámonos á Grecia!—exclamó entonces Nerón, lleno de disgusto.

Pero en ese momento entró Popea, seguida por Tigelino.

Las miradas de los presentes volviéronse á él instintivamente, porque jamás un triunfador había ascendido las gradas del Capitolio con más orgullo que el del prefecto de los pretorianos al presentarse de nuevo ante el César.

Empezó á hablar lenta y enfáticamente, con un tono en el cual se advertía una especie de mordacidad acerada, y dijo: —Escúchame, joh César! porque al fin puedo decirte que he encontrado!

El pueblo tiene sed de venganza y quiere, no una victima, sino centenares, miles de ellas. ¿Has oído tú decir, señor, quién era Cristo, aquel á quien Poncio Pilatos hizo crucificar? ¿Y sabes tú quienes son los cristianos? ¿No te he hablado ya de sus crímenes, de sus indignas ceremonias, de sus predicciones de que el mundo será destruido por el fuego?

El pueblo los aborrece y sospecha de ellos. Nadie los ha visto en templo alguno, porque consideran á nuestros dioses como espíritus malignos; y no frecuentan el Stadium (1) porque miran con desden las carreras de caballos.

Jamás las manos de un cristiano te han rendido el homenaje de sus aplausos. Ninguno de ellos te ha reconocido (1) Estadio (espacio de 125 pasos geométricos, ó de 625 pies ó la octava parte de una milla, que consta de diez pasos en que se ejercitaban los artistas en las carreras y en la lucha). —Carrera de caballos,