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QUO VADIS

jamás como dios. Son los enemigos de la raza humana, de la ciudad, y los enemigos tuyos. El pueblo murmura contra tí; pero tú no me has dado orden de incendiar á Roma y no he sido yo quien la ha incendiado. El pueblo quiere venganza, ¡que la tengan! El pueblo quiere sangre y fuego, ¡que los tengan! El pueblo sospecha de tí; ¡que sus sospechas tomen otra dirección!

Nerón le escuchó atónito al principio; mas á medida que avanzaba Tigelino, se demudaba su rostro de histrion y se iban pintando en él sucesivamente, la cólera, el pesar, la simpatia, la indignación.

De súbito levantóse y arrojando á un lado la toga, que cayó á sus pies, alzó al cielo sus manos y permaneció silencioso durante algún tiempo.

Por último, dijo con acento trágico: —¡Oh, Zeus, Apolo, Hera, Atenea, Proserpina y todos vosotros, dioses inmortales! ¿Por qué no habéis venido en nuestro auxilio? ¿Qué delito ha cometido esta desventurada ciudad contra esos seres tan desdichados como crueles, para que de manera tan inhumana la hayan incendiado?

—Son los enemigos de la humanidad y tus propios enemigos,—dijo Popea.

—¡Haz justicial—exclamaron otros.—Castiga á los incendiarios! ¡Los mismos dioses claman venganza!

Sentóse Nerón entonces, inclinó la cabeza sobre el pecho y guardó silencio por segunda vez, cual si le hubiese anonadado la perversidad de lo que acababa de escuchar.

Después agitando los brazos, dijo: —¿Qué castigos, qué torturas podrían igualar á crimen smejante? Espero que los dioses me iluminen, y auxiliado por los poderes del Tartarus (1) he de dar á mi pobre pueblo un espectáculo tal, que en los siglos venideros me recuerden con gratitud las nuevas generaciones.

Una nube obscureció la frente de Petronio.

(1) El tártaro, el infierno, Plutón.