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QUO VADIS

visto á ti deben quedar para siempre libres de lágrimas.

¡Oh señor, defiéndeme contra mis enemigos!

—Háblanos de los cristianos,—dijo Popea, con entonación en que se advertía una ligera impaciencia.

—Se hará como tú ordenas. ¡Oh Isis!, contestó Chilo.Desde mi juventud me consagré á la filosofía y al descubrimiento de la verdad. Busqué ésta entre los antiguos divinos sabios, en la Academia de Atenas y en el templo de Serapis, en Alejandría. Cuando of hablar de la existencia de los cristianos, creí que éstos formaban una nueva escuela en la cual podría yo acaso encontrar uno pocos granos de verdad, y para desgracia mía conocí á los individuos de esa secta. El primer cristiano que mi mala suerte me puso delante fué un médico de Nápoles, llamado Glauco. Por él supe entonces que adoran á un cierto Chrestos, quien prometió aniquilar á todos los hombres y destruir todas las ciudades de la tierra, dejándolos á ellos en salvo si le ayudaban á exterminar a los hijos de Deucalión. Por esta razón, ¡oh señora! ellos aborrecen á los hombres y envenenan las fuentes; por esta razón en sus asambleas llueven maldiciones sobre Roma y sobre todos los templos en que se rinde culto á nuestros dioses. Chrestos fué crucificado; pero antes prometió que cuando Roma hubiera sido destruida por el fuego, él volvería y entregaría á los cristianos el dominio del mundo.

—Ahora comprenderá el pueblo por qué Roma fué destruída,—dijo Tigelino interrumpiendo: —Muchos lo comprenden ya, ¡oh señor! porque yo recorro los jardines, recorro el campo de Marte y propago mis enseñanzas. Pero, si me escuchais hasta el fin, llegaréis á conocer las razones que justifican mi venganza.

Glauco el médico no me reveló al principio que su religión enseñaba el odio á la humanidad. Por el contrari me dijo que Chrestos era un buen dios y que la base de su religión era el amor. Mi sensible corazón no pudo resistir á una verdad semejante; cobré, pues, afición á Glauco,