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QUO VADIS

tuve fe en él, con él compartí hasta el último mendrugo de pan, hasta la última moneda de cobre; y ¿sabes tú, señora, cómo correspondió á mi afecto? ¡En el camino de Nápoles á Roma me hirió con un puñal y vendió á un mercader de esclavos á mi mujer, la joven y hermosa Berenicel ¡Si Sófocles conociera mi historial... Pero, ¿qué digo?

Aquí me está escuchando es este instante alguien superior á Sófocles.

—¡Pobre hombrel—dijo Popea.

—Quien ha visto el rostro de la Venus Afrodita no es pobre, joh señora! y yo lo estoy viendo en este momento.

Pero entónces recurri á los consuelos de la filosofía.

Vuelto a Roma, busqué á los jefes de los cristianos y traté de obtener de ellos justicia contra Glauco. Pensé que le obligarían á devolverme mi mujer. Conocí á su pontifice supremo, también á otro, llamado Pablo, que estuvo preso en esta ciudad, pero fué puesto en libertad después: conoci al hijo del Zebedeo, á Lino, á Clito y muchos otros. Sé donde vivieron antes del incendio y sé donde se reunen actualmente. Puedo señalar una excavación en el Monte Vaticano y un cementerio fuera de la Puerta Nomentana, en donde celebran sus vergonzosas ceremonias. He visto al Apóstol Pedro. He visto como Glauco mataba á los niños á fin de que el Apóstol pudiera tener sangre con qué rociar las cabezas de los presentes; y ví á Ligia, la hija adoptiva de Pomponia Graecina, quien se jactaba de que, no habiendo podido aportar la sangre de un infante, ofrecía en cambio la muerte de uno, porque había hechizado á la pequeña Augusta, tu hija, ¡oh Cirol y la tuya, ¡Oh Isis!

—¿Has oido, César?—preguntó Popea.

—¡Es posible!—exclamó Nerón.

—Yo habría podido olvidar los agravios recibidos en mi persona, — continuó Chilo;—pero, cuando conocí el inferido á vosotros, quise matarla. Desgraciadamente me lo impidió el noble Vinicio, quien la ama.