Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo II (1900).pdf/223

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
219
QUO VADIS

gia, la había odiado desde el primer instante, que fué para ella un instante de alarma en presencia de la hermosura de aquel lirio boreal. Bien podía Petronio decir cuanto quisiera acerca las exiguas formas de la doncella, cuando hablara de ella al César, más no á la Augusta. Popea, con ojo crítico, al primer golpe de vista comprendió que en toda Roma solamente Ligia podía rivalizar con ella y aún eclipsarla.

Y por consiguiente juro su perdición.

—Señor,—dijo,—venga á nuestra hija!

—¡Apresuraos!—exclamó Chilo,—apresuraos! De otra manera Vinicio podría ocultarla. Yo señalaré la casa á la cual volvió después del incendio.

—Te daré diez hombres é irás al instante,—dijo Tigelino.

—¡Oh, ñor! Tú no has visto á Crotón entre los brazos de Ursus. Si me das cincuenta hombres, iré á mostrar la casa, pero sólo desde cierta distancia. Más, si no os apoderáis de Vinicio, estoy perdido.

Tigelino miró á Nerón y dijo: —¿No sería ya tiempo, joh divinidad! de terminar de una vez con el tío y el sobrino?

Nerón, después de haber meditado un momento replicó: —Nó, todavía nó. El pueblo no nos creería, aunque intentárames persuadirlo, que Petronio, Vinicio ó Pomponia Graecina habían puesto fuego & Roma. Sus casas eran demasiado hermosas. Más tarde les llegará su turno; al presente necesitamos otras víctimas.

—Entonoes, joh señor! dame una custodia de soldados, —dijo Chilo.

—Atiende á eso, Tigelino.

—Te hospedarás entretanto en mi casa,—dijo el prefecto á Cbilo.

La más inmensa alegría se pintó en el semblante del griego.