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QUO VADIS

A su vista se desvanecieron, sin dejar huella alguna, todas sus preocupaciones y afanes. Olvidó al César, la desgracia en que había caído, la degradación de los augustianos, las persecuciones que amenazaban á los confesores de Cristo; y olvidó á Vinicio y á Ligia, para concentrar su pensamiento solo en Eunice, á quien miraba con ojos de verdadero esteta,—enamorado de sus maravillosas formas, y de amante, para quien esas formas solo amor podían inspirar.

Venía ella ataviada con un transparente traje violeta llamado «Coa vestis» (1), al través del cual advertíanse las que se dirían sus virginales formas, y estaba tan bella como una diosa.

Y sintiéndose admirada por Petronio, amándole á la vez con toda su alma, y anhelante siempre por sus caricias, al hallarse delante de él cubrióse de rubor su enajenado rostro cual si en realidad fuera una inocente virgen.

—¿Qué vienes á decirme, Carite? (2)—preguntó Petronio extendiendo las manos.

Eunice inclinó hacia él su áurea cabeza y contestó: —Antemio ha venido con sus coristas y pregunta si deseas oírle.

—Que espere; nos cantará durante la comida el himno á Apolo. ¡Por las arboledas de Pafos! Cuando te veo en ese «Coa vestis» me figuro que tengo delante á Venus Afrodita, velada por un cendal etéreo!

—¡Oh, señor!

—Ven aquí, Eunice: estréchame en tus brazos y dame tus labios. ¿Me amas?

—Tanto no pudiera amar al mismo Zeus.

Y oprimiendo con los suyos los labios de Petronio, se echó en sus brazos temblando de felicidad.

(1) Vestido de gasa transparente, que dejaba traslucir las formas de todo el cuerpo.

(2) De Charites Carites), las tres Gracias: Aglae, Eufrosina y Talía.

Tomo II
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