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QUO VADIS

Al cabo de algunos momentos, Petronio dijo: —¿Y si fuera menester que nos separásemos?

Eunice le miró con expresión llena de sobresalto y dijo: —Señor: ¿qué dices?

—Nada temas; te hago esta pregunta, porque es posible que deba emprender un largo viaje.

—Llévame contigo...

Petronio cambió entonces rápidamente de conversación y repuso: —Dime, ¿hay asfóledos en los céspedes del jardín?

—Los cipreses y los céspedes se han puesto amarillos por el fuego, los mirtos se han deshojado y todo el jardín parece cual si estuviera muerto.

—Roma entera está así; y pronto se convertirá en un cementerio real. ¿Sabes que se va á promulgar un edicto contra los cristianos, y van á empezar las persecuciones, durante las cuales perecerán millares de ellos?

—¿Porqué castigar á los cristianos, señor? Son buenos y pacificos.

—Por esa misma razón.

— Vámonos al mar. Tus hermosos ojos no gustan del espectáculo de la sangre.

—Si; pero entretanto, necesario es que me bañe. Ven al elaeothesium, y me ungirás los brazos. ¡Por el cinturón de Venus! ¡Nunca me has parecido más bella! He de ordenar que hagan para ti un baño en forma de concha: tú en ella te verás como preciosisima perla. ¡Ven, diosa mía de cabellos de oro!

Y Petronio salió.

Una hora después ambos amantes, coronados de rosas y anublados los ojos por el placer, descansaban en el triclinio delante de una mesa cubierta de áurea vajilla.

Servianles niños en trajes de Cupidos, bebian vino en cálices exornados de hiedra y escuchaban el himno de Apolo, cantado al son de harpas bajo la dirección de Antemio.