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QUO VADIS

no logras libertarla antes de que lleguen á sospechar que tal intento persigues, ambos estáis irremediablemente perdidos.

—Sí; comprendol—murmuró Vinicio.

Las calles, á la sazón, hallábanse desiertas, á causa de lo avanzado de la hora.

No obstante, la conversación de ambos vióse interrumpida en este punto por un gladiador borracho que vino hacia ellos. Se acercó tambaleándose á Petronio, le puso una mano en el hombro y cubriéndole el rostro con su hálito vinoso, le gritó con voz ronca: —¡A los leones con los cristianos!

—Mirmillón, (1)—contestó Petronio con tranquilo acento, escúchame un buen consejo: sigue tu camino.

El borracho entonces, con la otra mano tomó á Petronio del brazo y dijo: —Si no quieres que te rompa el pescuezo, grita conmigo: «Los cristianos á los leones! » Pero ya estos eran demasiados gritos para los nervios de Petronio.

Desde el momento en que había salido del Palatino le habían perseguido como una pesadilla y ya le taladraban los oídos.

Así, pues, cuando vió levantado sobre él, en alto, el puño del gigante, agotóse la medida de su paciencia y dijo: —Amigo: echas mucho olor á vino y me estás estorbando el paso.

Y diciendo esto, introdujo en el pecho del majadero hasta el pomo la espada corta con que se armara al salir de casa.

Y luego, tomando el brazo de Vinicio, continuó diciendo, cual si nada hubiera ocurrido: —Hoy me dijo el César: —Di á Vinicio de mi parte (1) De Mirmillo, gladiador armado & la francesa, que llevaba un pez en la cimera del morrión.