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QUO VADIS

No, no; soy cristiano!

—Sí, pero lo olvidarías en un momento de exaltación, como acabas de olvidarlo en este momento. Tienes derecho de provocar tu propia ruina, mas no la ruina de ella.

Recuerda lo que hubo de apurar la hija de Seyano antes de morir.

Petronio, al hablar así, no era del todo sincero, pues en realidad, preocupábale más la existencia de Vinicio que la de Ligia. Empero, sabía tambien que la única manera que podría refrenar su propósito de intentar un paso arriesgadísimo, era patentizándole el hecho de que con él causaría la inexorable destrucción de Ligia.

Y por otra parte no sufría en su conjetura la menor equivocación; porque en el Palatino contábase con la visita del joven tribuno, y se habían tomado á todo evento las precauciones del caso.

Pero los sufrimientos de Vinicio pasaban ya del límite de la humana resistencia.

Desde el instante en que Ligia había sido encarcelada, viniendo así á circundar su cabeza la aureola del martirio, había sentido él que no solamente la amaba cien veces más que antes, sino que empezaba a la vez á tributarle desde lo intimo de su alma una especie de adoración religiosa, cual hubiérasela rendido á un ser sobrenatural.

Y ahora, ante la idea de que le era necesario perder á esta criatura á la vez amada y reverenciada por él; y de que por otra parte acaso hubiera ella de apurar tormentos más horribles que la muerte misma, la sangre helábasele en las venas.

Su alma toda era un gemido, sus pensamientos un caos.

Por momentos parecíale que, rebosante de fuego liquido su cráneo, estaba á punto de incendiarse ó estallar.

Había dejado de comprender lo que estaba sucediendo; había dejado de comprender porqué Cristo el divino, el misericordioso, no venía en auxilio de sus confesores, porqué no se desplomaban los tétricos muros del Palatino se