ñanzas cristianas? Si lo sabes, explícamelo, porque, ¡por Pólux! ¡no sabría yo adivinarlo!
—Parece como si abrigaras el temor de que llegue yo á hacerme cristiano,—dijo Vinicio encogiéndose de hombros.
—Lo que temo es que hayas arruinado tu vida. Si no puedes ser griego, sé romano: posee y goza. Nuestras locuras tienen cierto juicio, porque hay en ellas una especie de amor á nosotros mismos. Desprecio á Barba de Bronce, porque es un bufón griego. Si él quisiera seguir siendo romano, reconocería yo que tenía razón al permitirse todas sus extravagancias.
Y ahora, prométeme que si te encuentras algún cristiano al volver á tu casa, le sacarás la lengua. Si es Glauco, el médico, no ha de extrañar eso. Y adiós, hasta que volvamos á encontrarnos, en la piscina de Agripa.
CAPÍTULO XXXI
Los pretorianos rodeaban las arboledas que circuían las orillas de la piscina de Agripa, á fin de que las multitudes no se agolparan en número excesivo molestando al César y á sus huéspedes, de los cuales dijose, que constituían cuanto había en Roma de notable por su riqueza, hermosura y talento; y de la fiesta, que no había tenido antes igual en la historia de la ciudad.
Tigelino quiso compensar así al César la contrariedad sufrida al diferir su viaje á la Acaya, sobrepujar á todos los anteriores festejantes de Nerón y probar que nadie era más perito en aquel ramo.
Teniendo en vista ese objeto, y aun desde los días en que se hallaba acompañando al César en Nápoles, y después en Benevento, había iniciado sus preparativos y despachado las órdenes del caso para que de las más remotas regiones de la tierra enviasen fieras, pájaros, peces raros y plantas, sin omitir la vajilla y los manteles que por su ri