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Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo II (1900).pdf/274

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QUO VADIS

sentido, y bendito por ello sea el nombre del Redentor, porque la enfermedad que la ha libertado de la vergüenza, puede muy bien salvarla de la muerte.

Vinicio hubo de apoyarse en el hombro del soldado á fin de no caer desvanecido.

Entretanto el otro pposiguió: —¡Gracias sean dadas á la misericordia del Señor! Sabrás que se apoderaron de Lino y que lo pusieron en tortura, pero al ver que se estaba muriendo, lo entregaron.

Posible es entonces que también ahora te devuelvan á tu esposa y Cristo la habrá de restituir luego la salud.

El joven tribuno permaneció por algún tiempo con la cabeza inclinada; alzóla luego y dijo en voz baja: —Dices bien, centurión. Cristo, que la salvó de la ver güenza, la salvará también de la muerte.

Sentóse luego al pie de la muralla de la prisión y alli estuvo hasta llegada la tarde. En seguida volvió á su casa con el objeto de enviar gente en busca de Lino, á quien ordenó que trasladaran á una de sus casas de campo suburbanas.

Pero cuando Petronio se hubo impuesto de todo, resolvió por su parte obrar también.

Había visitado, ya á la Augusta; fué ahora á verla por segunda vez.

La encontró á la cabecera del pequeño Rufio.

El niño, á consecuencia de la herida en la cobeza, luchaba ahora con la fiebre; su madre, amargado el corazón por la desesperación y el terror, hacía grandes esfuerzos por salvarle, pensando al mismo tiempo que si en efecto le salvaba, ello bien pudiera ser tan sólo para que en seguida pereciera de muerte más terrible.

Ocupada exclusivamente en su propio dolor, nada quería oir acerca de Vinicio y de Ligia, pero Petronio la aterrorizó.

—Tú has ofendido,—la dijo,—á una divinidad nueva y desconocida. Tú, Augusta, según parece, adoras al Jehová