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QUO VADIS

la aqueja, porque si de ella salva, la Gran Vestal ordenará su liberación. La Augusta en persona le pedirá que lo haga.

—Cristo la salvará,—contestó Vinicio mirándole con ojos en que brillaba la fiebre.

Entretanto Popea, quien por el amor y la salud de su Rufio estaba dispuesta á ofrecer hecatombes á todos los dioses del universo, dirigióse esa misma noche al través del Forum en busca de las vestales, dejando encargado el niño enfermo á su fiel nodriza Silvia, quien había sido también su propia ama de cría.

Pero era tarde, porque en el Palatino estaba ya decretada la sentencia de muerte contra el niño.

Así, pues, apenas la litera de Popea hubo desaparecido al través de la gran puerta, entraron dos libertos del César al aposento en que yacía el pequeño Rufio.

Uno de ellos se arrojó sobre Silvia y la amordazó; el otro, apoderándose de una estatua de bronce de la Esfinje, mató del primer golpe en la cabeza á la pobre mujer.

Luego acercáronse á Rufio.

El pequeñuelo, atormentado por la fiebre, insensible, y sin darse cuenta de lo que ocurría en derredor suyo, sonrió á los libertos, entrecerrando sus hermosos ojos, cual si quisiera reconocerles.

Quitaron ellos á la nodriza el cinturón y poniéndolo al rededor del cuello de Rufio, tiraron de él y ahogaron al niño. Este pudo apenas llamar una sola vez á su madre y murió sin gran esfuerzo.

Lo envolvieron entonces en una sábana y montando en sendos caballos que le esperaban, dirigiéronse con él á galope hacia Ostia, en donde lo arrojaron al mar.

No habiendo encontrado Popea á la Virgo Magna, quien con otras vestales hallábase á la sazón en casa de Vatinio, tornó luego al Palatino.

Y al encontrar vacío el lecho y yerto el cuerpo de Silvia se desmayó.