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QUO VADIS

muchos de ellos completamente desnudos, llevando verdes ramas en las manos, ó coronados de flores; y á la luz de la mañana veíanse todos jóvenes, hermosos y rebosantes de vida.

Sus cuerpos, lustrosos de aceite de oliva, eran fuertes y recios, cual si hubieran sido tallados en mármol y causaban la delicia de aquellas gentes, enamoradas de la belleza en las formas.

Muchos eran conocidos entre el pueblo; así, pues, de momento en momento, se escuchaban voces como éstas: —¡Salud, Furnio! ¡Salud, León! ¡Salud, Máximo! ¡Buenos días, Diómedes!

Las doncellas jóvenes les dirigían miradas de admiración; y ellos, eligiendo de entre los grupos á las más bonitas, les contestaban con chanzas; como si no les preocupara el menor cuidado, enviábanles besos, ó exclamaban: —¡Dame un abrazo tú, antes que me lo dé la muerte!

Y desaparecían por las puertas cuyos dinteles muchos de ellos no volverían ya á salvar.

Y los que en seguida iban llegando embargaban á. su turno la atención de las multitudes.

Detrás de los gladiadores venían los mastigophori (1); esto es, hombres armados de látigos, y uno de cuyos oficios era azotar y azuzar á los combatientes.

Enseguida dejáronse ver gran cantidad de mulas que venían tirando, en dirección al spoliarium, filas enteras de vehículos, en los cuales había rimeros de ataudes de madera.

La vista de éstos llenó de alborozo á la multitud, deduciendo por la cantidad de ataudes la grandeza que asumiría el espectáculo.

Detrás de esos carros marchaban los hombres cuyo oficio era ultimar á los heridos; vestían trajes de Carontes (2) ó Mercurios.

(1) Siervos que precedian con varas al Juez de los combates y ejercielos públicos para apartar la gente.

(2) Caronte, barquero del infierno, hijo de Erebo y de la Noche, que transporta las almas de los difuntos al través de la laguna Estigia.