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QUO VADIS

Pero el galo no le huía, pues al cabo de algunos momentos se detuvo, y permaneciendo de pie en un solo sitio, empezó á volverse, ora de un lado, ora del otro, con un movimiento casi imperceptible, á fin de tener siempre á su adversario enfrente.

Y ahora se advertía en su ademán y en su cabeza monstruosamente grande, algo que infundía terror.

Los espectadores comprendieron, sin lugar a duda, que ese pesado cuerpo encerrado en bronce estaba preparando un golpe repentino que viniese á decidir el combate.

Entretanto el retiarius, ora daba un salto hacia él, ora brincaba hacia atrás, agitando á la vez su tridente con movimientos tan rápidos, que era difícil poder seguirlos con la vista.

Repetidas veces resonó sobre la coraza el golpe del tridente; pero el galo permanecía impasible, dando así prueba palmaria de sus fuerzas de gigante.

Toda su atención parecía contraida, no enel tridente, sino en la red que seguía girando por sobre su cabeza como una especie de ave de mal agüero.

Los espectadores contenían el aliento y seguían hasta las menores peripecias de la lucha.

El galo esperó, eligió el momento y se lanzó por fin sobre su enemigo. Este último con igual rapidez deslizóse por debajo de la espada que le iba dirigida, irguióse luego, alzó el brazo y arrojó la red.

El galo, volviéndose ligeramente, pero sin abandonar su posición, rechazó la red con su escudo; en seguida separáronse ambos.

En el anfiteatro se oyeron atronantes los gritos de «Mactel»; y en las primeras filas de espectadores empezaron de nuevo las apuestas.

El mismo César, que al principio se había distraído conversando con Rubria y que hasta ese momento no ha-

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