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QUO VADIS

bía prestado gran atención al espectáculo, volvió la cabeza hacia la arena.

Y empezó de nuevo la lucha, con tal arte y precisión tal en los movimientos de los lidiadores, que por momentos era de creer que para ellos no se trataba de una cuestión de vida ó de muerte, sino de una simple exhibición de su habilidad.

El galo evitó la red por dos veces más y empezó á retroceder hacia un extremo de la arena. Los que tenían apuestas en su contra, con el propósito de no darle tregua, le gritaron entonces: —Siguel ¡Carga! » El galo obedeció y volvió al ataque.

Repentinamente el brazo del retiarius vióse cubierto de sangre y se le cayó de la mano la red.

El galo llamó en su auxilio entonces todas sus fuerzas y dió un salto hacia adelante, con el fin de asestar á su adversario el golpe final.

Pero en ese instante Calendio, cuya imposibilidad para seguir manejando la red era fingida, saltó á un lado, evitó el golpe, dirigió el tridente por entre las rodillas de su adversario y lo echó á tierra.

El galo intentó levantarse, pero en un abrir y cerrar de ojos vióse cubierto por las fatales mallas dentro de las cuales enredábase más y más á cada movimiento de los pies o de las manos. Entre tanto su adversario á golpes de tridente lo clavaba una y otra vez en tierra.

Hizo el galo todavía un esfuerzo postrero: se apoyó en el brazo é intentó levantarse, ¡pero todo fué inútil!

Llevóse entonces á la cabeza la mano desfalleciente, con la cual no pudo ya empuñar la espada, y cayó de espaldas en seguida.

Calendio fijó su cuello al suelo con el tridente y apoyando sobre el mango de éste ambas manos, tornó la vista al palco del César.