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QUO VADIS

Todo el anfiteatro estremecióse al tronar de los aplausos y las aclamaciones del pueblo.

Para los que habían apostado en favor de Calendio, éste era á la sazón más grande que el César; pero por la misma razón la animosidad contra el galo había desaparecido de sus corazones. Porque á costa de su sangre aquel infortunado lidiador les había llenado los bolsillos.

Así, pues, el público. se dividió en dos bandos. En los asientos de la parte alta la mitad de sus ocupantes gritaban, «[muertel», la otra mitad «gracia!»; pero el retiarius mantenía la vista fija tan sólo en el palco del César y las vestales, á la expectativa de lo que allí se decidiera.

Por desgracia para el gladiador vencido, Nerón le aborrecía, porque en los últimos juegos que se habían dado antes del incendio, había apostado contra el galo y perdido sumas considerables, ganadas por Licino. Así, pues, extendió la mano fuera del podium y volvió el pulgar hacia la tierra.

Las vestales apoyaron inmediatamente aquella señal.

Calendio entonces se arrodilló sobre el pecho del galo, sacó de su cinturón un cuchillo corto, apartó la armadura del cuello de su adversario é introdujo hasta el mango la hoja triangular en la garganta de Lanio.

—Peractum est!»—gritaron muchas voces en el anfiteatro.

El galo se estremeció por breves instantes, como un toro degollado, hundió convulsivamente los pies en la arena y quedó inmóvil.

No fué, pues, necesario que Mercurio se acercara con un hierro candente á cerciorarse de si aún vivía. Se hizo desaparecer inmediatamente su cadáver y salieron al frente nuevas parejas de luchadores.

Después de estos combates singulares empezó la batalla en que tomaron parte destacamentos enteros.

El público ponía en este espectáculo el alma, el corazón y los ojos. Gritaba, aullaba, silbaba, aplaudia, reia,