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QUO VADIS

y ocultos entre los bosquecillos, dejábanse oir músicas y cantos melodiosos. Y esos ecos y esas harmonías resonaban en derredor, por entre los arbolados y por entre los bosques, y más allá de éstos repercutian los sones de los cuernos y las trompetas.

El César mismo, con Popea á un lado y Pitágoras en el otro, hallábase gratamente sorprendido, y especialmente al ver surgir por entre los botes á jóvenes esclavas ataviadas como sirenas, con sendas mallas glaucas que simulaban escamas, prorrumpió en alabanzas al organizador de la fiesta.

Pero al mismo tiempo, en fuerza del hábito, dirigió la vista hacia Petronio, deseando conocer la opinión del sárbitro», quien mostróse obstinadamente impasible y sólo cuando el César le pidió de manera concreta su dictamen, dijo: —Juzgo, señor, que diez mil mujeres desnudas hacen menos impresión que una sola.

Pero la fiesta flotante» dejó complacido al César, por su novedad.

Asimismo, sirviéronse tan exquisitos manjares que la imaginación de Apicio habría flaqueado á su vista; y vinos de tantas clases, que el mismo Otón, quien acostumbrara servir hasta ochenta, habría ido á ocultar bajo las aguas su vergüenza, á ser testigo del insólito sibaritismo de aquella fiesta.

Además de las mujeres, sentáronse á la mesa los augustianos, entre los cuales Vinicio descollaba por su hermosura varonil.

Anteriormente sus formas y su rostro denotaban con demasiado relieve el soldado profesional. Pero ahora, y por consecuencia de sus padecimientos mentales y de los dolores físicos porque acababa de pasar, destacábanse como cinceladas sus facciones, cual si hubiera pasado sobre ellas la inspirada mano de un maestro.

Su cutis había perdido su anterior tinte moreno, con-