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QUO VADIS

—Los guardianes habían consentido ya en la fuga; con mucha mayor razón permitirán que nos la llevemos como si fuera un cadáver,—dijo Vinicio.

—Cierto es,—repuso Nazario, que hay un hombre encargado de quemar con hierro candente los cuerpos que transportamos fuera de la prisión, á fin de cerciorarse de si en efecto son cadáveres. Pero ese hombre, si se le dan unos pocos sestercios, no quemará con el hierro la cara de los muertos. Por una moneda de oro no tocará absolutamente el cuerpo, sino el ataud.

—Prométele todo el oro que pueda contener su bonete, — dijo Petronio.—Pero, ¿podrás tú encontrar auxiliares seguros?

—Puedo encontrar hombres capaces de vender por dinero á sus propias mujeres y á sus hijos.

—¿Dónde?

—En la prisión misma, ó en la ciudad. Una vez pagados los guardianes, dejarán entrar á la cárcel á quienes yo quiera.

—En tal caso, llévame como á sirviente asalariado,—replicó Vinicio.

Pero Petronio se opuso á esto con todas sus fuerzas.

—Los pretorianos podrían conocerte, aun á pesar de tu disfraz,—dijo, y entonces todo estaría perdido. No debes ir ni á la cárcel, ni á las «fosas pútridas». Es menester que todos, inclusive el César y Tigelino, queden convencidos de que ella ha muerto; pues de otra mrnera, han de ordenar su persecución inmediata. Sólo podemos alejar toda sospecha del siguiente modo: aun después de que haya sido transportada á los Montes Albanos, ó más lejos todavia, á Sicilia, será menester que permanezcamos nosotros en Roma. Una ó dos semanas después, caerás tú enfermo y llamarás al médico de Nerón, quien te prescribirá un viaje a las montañas. Y entonces tú y ella os reuniréis por fin, y luego...