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QUO VADIS

Nazario pidió entonces permiso para retirarse, prometiendo volver al rayar el alba del día siguiente.

Esperaba ponerse al habla esa misma noche con los guardianes, pero quería correr antes á casa de su madre, la cual en aquella época de terribles incertidumbres no tenía un momento de tranquilidad, preocupada tan sólo en el pensamiento de su hijo.

Después de mucho meditar el asunto, decidió Nazario no elegir cooperadores en la ciudad, sino sobornar á uno de sus propios compañeros conductores de cadáveres.

Antes de partir, se detuvo un punto y llamando aparte á Vinicio, le dijo al oído: —No he de revelar á nadie nuestro plan, ni siquiera á mi propia madre; pero el Apóstol Pedro nos prometió que iría del anfiteatro á nuestra casa: se lo contaré todo.

—Aquí puedes hablar libremente, le contestó Vinicio.

—El Apóstol se hallaba en el anfiteatro entre los acompañantes de Petronio. Yo mismo iré contigo.

Y ordenó que le trajeran un manto de esclavo y salieron juntos.

Petronio exhaló un profundo suspiro, en tanto que decíase á sí mismo: —Yo antes abrigué el deseo de que ella más bien muriera de esa fiebre, porque eso habría sido menos terrible para Vinicio. Pero ahora, por su salud, pronto estoy á ofrecer á Esculapio un tripode de oro. ¡Ah, Enobarbol Tú has querido hacer de la angustia de un amante un espectáculo; tú, Augusta, has tenido envidia de la hermosura de esa doncella y quisieras ahora devorarla viva, porque ha perecido tu Rufio! ¡Tú, Tigelino, anhelas destruirla por vengar tu enojo contra mil Pues bien, ¡veremos! Os digo á todos que no la habrán de contemplar vuestros ojos en la arena, porque, ó ha de morir ella de muerte natural, ó he de arrancárosla como una presa de las mandíbulas de los perros, y arrancárosla de manera tal, que ni siquiera lo sospechéis! Y luego, ca-