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QUO VADIS

esclavos de Bretaña, y quienes, para salvar las apariencias, habían quedado en una posada del Suburra.

Vinicio, que había velado toda la noche, fué al encuentro de Niger.

Este, conmovido á la vista de su joven señor, le besó las manos y los ojos, diciendo.

—Amado mío, tú estás enfermo, ó por ventura los sufrimientos de tal manera han secado la sangre de tu rostro, que apenas si he podido reconocerte al principio.

Vinicio lo condujo á la columnata interior y le hizo participe de su secreto.

Niger le escuchó atentamente y en su enjuto y atezado semblante se pintó una honda emoción que no intentó dominar.

—¿Entonces ella es cristiana?—exclamó por fin, fijando luego una mirada indagadora en Vinicio, quien evidentemente adivinó su intención y dijo: —También yo soy cristiano.

Lágrimas de alivio brillaron entonces en los ojos de Niger. Permaneció silencioso un instante y luego alzando las manos al cielo exclamó: —Gracia te doy, oh, Cristol por haber quitado la viga de los ojos que me son más caros en el mundo!

Y estrechó contra su pecho la cabeza de Vinicio y llorando de felicidad, empezó á besar su frente.

Un momento después llegó Petronio seguido de Nazario.

—Buenas nuevas!—exclamó desde lejos.

Y en efecto era portador de noticias favorables.

En primer lugar, Glauco el médico respondía de la vida de Ligia, aun cuando ésta se hallaba atacada de la misma fiebre de que, en el Tullianum y en las demás prisiones, morían á diario centenares de cristianos.

En cuanto á los guardianes y al hombre encargado de comprobar la efectividad de la muerte por medio de la aplicación de hierros candentes no había la menor dificultad.