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QUO VADIS

Atis, el ayudante, estaba también seguro.

—Hemos abierto en el ataud varios agujeros á fin de que la enferma tenga aire,—dijo Nazario.—El único peligro posible es que ella pueda gemir ó hablar cuando pasemos por delante de los pretorianos. Pero está muy débil y no ha abierto los ojos en toda la mañana.

Por lo demás, Glauco le dará un narcótico preparado con drogas que de la ciudad le llevé al efecto. No se clavará la tapa del ataúd, de manera que podáis levantarla con facilidad y llevar á la paciente á la litera. Y en su lugar pondremos en el ataúd un saco de arena que vosotros tendréis pronto.

Vinicio, mientras Nazario decía estas palabras, habíase puesto pálido como un lienzo; pero las había escuchado desde el principio con tal atención, que parecía adivinar con los ojos todo lo demás que el muchacho iba diciendo.

¿Sacarán otros cuerpos de la prisión?—preguntó Petronio.

—Anoche murieron como veinte, y antes de que concluya la tarde habrá más cadáveres—dijo el joven.—Iremos con varios otros individuos, pero nosotros retardaremos el paso hasta quedar rezagados En la primera esquina, mi compañero fingirá estropearse y seguirá cojeando. Y así quedaremos á considerable distancia detrás de los otros.

Nos esperaréis en el pequeño templo de Libitina. ¡Quiera Dios que la noche sea bastante obscura!

—Lo será,—dijo Niger.—Anoche estaba claro y sobrevino de súbito una tempestad. Hoy se halla el firmamento despejado, pero desde esta mañana tenemos un aire bochornoso. Ahora todas las noches habrá viento y lluvia.

—¿Iréis sin antorchas?—preguntó Vinicio.

—Las antorchas solamente las llevan los que van delante. En todo caso, encontráos cerca del templo de Libitina, al obscurecer, aún cuando con frecuencia transportamos los cadáveres solo momentos antes de media noche.

Tomo II
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