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QUO VADIS

tianos; de ahí el que las multitudes empezaran á insistir en que continuaran los espectáculos, á pesar del mal tiempo.

Así es que la alegría volvió al pecho de todos los romanos al anunciarse por fin que el ludus proseguiría después de tres días de intervalo.

Entre tanto había vuelto el buen tiempo. El día anunciado para el espectáculo se hallaba el anfiteatro, al romper el alba, ocupado por millares de espectadores.

El César llegó temprano, acompañado de las vestales y de la corte.

El espectáculo debía comenzar con un combate entre los cristianos, quienes con tal objeto fueron ataviados como gladiadores y provistos de toda clase de armas de las que á los gladiadores profesionales servían para las luchas ofensivas y defensivas.

Pero esto fué una contrariedad para el público. Los cristianos, después de arrojar sobre la arena redes, flechas, tridentes y espadas, se abrazaban y se estimulaban unos á otros, dándose reciprocamente ánimo para soportar la tortura y la muerte.

Ante esa actitud, apoderóse de los circunstantes una indignidad y un sentimiento profundos.

Algunos acusaban á los cristianos de pusilaminidad y cobardia; sostenían otros, que si se negaban á lidiar era por odio al pueblo y á fin de privarle del placer que en el ánimo producen los actos de bravura.

Finalmente, por orden del César, se dispuso que al Circo salieran gladiadores verdaderos, quienes despacharon en un abrir y cerrar de ojos á las arrodilladas é indefensas víctimas.

Cuando estos cuerpos hubieron sido extraídos de la arena, el espectáculo cambió de aspecto. Fué una serie de cuadros mitológicos, idea del propio César.

Así, la concurrencia pudo ver á Hércules ardiendo en fuego vivo sobre el monte Eta.