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QUO VADIS

Las mujeres habían sido colocadas especialmente en los extremos, pero á Crispo, en su calidad de sacerdote cris tiano le habían alzado casi al frente del podium del César, en una cruz inmensa, adornada en su parte inferior con madreselvas.

No había muerto ninguna de las víctimas aún; pero unos pocos de los enclavados en los primeros momentos habíanse desmayado.

Nadie se lamentaba, nadie imploraba piedad.

Algunos pendían con la cabeza inclinada sobre un brazo, ó caída sobre el pecho, cual si les hubiese acometido el sueño; algunos parecían estar sumergidos en meditación y otros con la vista fija en el cielo, movian ligeramente los labios.

En ese terrible bosque de cruces, entre aquella multitud de cuerpos crucificados, en aquel silencio fatídico de las víctimas, algo había de ominoso.

El pueblo, que se había levantado ahito y alegre del banquete, y habia entrado nuevamente al Circo entre gritos y exclamaciones gozosas, guardaba silencio ahora, no sabiendo en cuál de aquellos cuerpos detener la vista, ni qué pensar ó decir de aquel espectáculo.

La desnudez de las formas de las mujeres extendidas sobre las cruces, no despertaba en ellos sensación alguna.

No empeñaban las apuestas usuales acerca de quién habría de morir primero, como era práctica general en estos casos, por reducido que fuera el número de criminales que en la arena hubiese.

Parecía que hasta el mismo César estuviera mortificado, pues veiasele á cada instante volverse pesadamente y arreglarse el collar con aire preocupado.

En ese momento, Crispo, que se hallaba en frente y que, cual si estuviera desmayado ó moribundo, habíase mantenido con los ojos cerrados, los abrió y su mirada se encontró con la del César.

Y en su rostro se dibujó entonces una expresión tan