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QUO VADIS

implacable, y sus ojos despidieron llamaradas tales, que los augustianos, al notarlo, fueron comunicándose al oído sus impresiones y señalando a la vez á Crispo con el dedo, hasta que por último reparó también el César en ello y se puso indolentemente la esmeralda al ojo.

Sucedióse un profundo silencio.

Los ojos de los espectadores hallábanse fijos en Crispo, quien hacía esfuerzos por mover su mano derecha, cual si quisiera arrancarla del árbol de la cruz.

Después de breves instantes levantósele el pecho, hiciéronsele perfectamente visibles los costados y exclamó: —Matricida! ¡Ay de til Los augustianos, al escuchar esta mortal injuria lanzada al rostro del señor del mundo en presencia de millares de espectadores, no osaban respirar. Chilo estaba medio muerto. El César se estremeció y la esmeralda se le cayó de la mano. El público á su vez contenía también el aliento.

Y la voz de Crispo siguió escuchándose más y más claramente, á medida que aumentaba la fuerza de sus inflexiones, por todo el anfiteatro: —¡Ay de tí, asesino de tu esposa y de tu hermanol Ay de ti, Anticristol ¡El abismo está abierto ya bajo tus piés, la tumba te aguarda! ¡Ay de tí, cadáver viviente, porque morirás en el terror y serás condenado por toda una eternidad!

Imposibilitado para arrancar su mano de la cruz, Crispo hacía contorsiones horrorosas. Su aspecto era terrible: parecía un esqueleto vivo; inflexible como el destino, agitaba su blanca barba por sobre el podium de Nerón, y en cada una de las convulsivas inclinaciones de su cabeza, se esparcían en rededor algunas hojas de la corona de rosas que en la cabeza tenía.

Y proseguía con voz tonante: —¡Ay de ti, asesino! ¡Has colmado ya la medida y ha llegado ya la hora de tu castigo horrendo!

Tomo II
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