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QUO VADIS

ro derramo el vino, porque me tiembla la mano á causa de mis años.

Entretanto, otros de los augustianos hablaban también acerca de los confesores de Cristo. El viejo Domicio Africano se ocupaba á la sazón de ultrajarlos.

— Hay tan gran número de ellos,—agregaba,—que bien podrían promover una guerra civil; y tened presente que ha llegado en ocasiones á temerse que se armaran. Pero mueren como ovejas.

—¡Qué intenten morir de otra maneral—dijo Tigelino.

A esto replicó Petronio: —Os estáis engañando á vosotros mismos. Ellos se ar man.

—¿De qué?

—De paciencia.

—Esa es una nueva clase de arma.

—Ciertamente. Mas, ¿podéis decir vosotros que los cristianos mueren como delincuentes vulgares? ¡Nol Mueren como si los criminales no fuesen ellos, sino quienes los han condenado á muerte, es decir, nosotros y todo el pue blo romano.

—¡Qué desvaríol—dijo Tigelino.

—Hic Abderal (1)—contestó Petronio.

Pero muchos, sorprendidos ante la justicia de la observación del árbitro, se miraron unos á otros con asombro y repitieron: —Es cierto! Hay algo de peculiar y extraño en su muerte.

—108 digo que ven á su divinidad!—exclamó Vestinio.

Entonces algunos augustianos volviéronse á Chilo y le preguntaron: —¡Eh, viejol Tú que los conoces, dínos qué ven.

El griego derramó el vino en su túnica y respondió: —La resurrección!

(1) Equivalente aproximado de el más tonto entre los tontos..