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QUO VADIS


CAPÍTULO LX

Por espacio de tres días, mejor dicho, de tres noches, nada vino á turbar la paz de que disfrutaban ambos amantes.

Cuando terminaba la faena diaria de la cárcel, la cual consistía en separar los muertos de los vivos y los gravemente enfermos de los que se hallaban en vías de alivio; y una vez que los fatigados guardianes se iban á dormir á los corredores, el joven tribuno entraba en el sótano de Ligia y permanecía con ella hasta el rayar del alba.

La joven apoyaba su cabeza en el pecho de Vinicio y ambos hablaban en voz baja del amor y de la muerte.

En pensamientos y palabras, en deseos y esperanzas, iban ambos insensiblemente desprendiéndose más y más de la existencia, y perdiendo por grados hasta la noción de ella.

Entrambos asemejábanse ahora á dos navegantes, que habiendo abandonado las playas de su patria en un barco y dejado ya de ver la tierra, se fueran hundiendo por manera insensible en lo infinito.

Entrambos habíanse ido paulatinamente transformando en dos almas tristes y gemelas, intimamente unidas por un recíproco amor, ligadas al propio tiempo á Cristo y prontas para emprender el vuelo eterno.

Solo por momentos había en el corazón de Vinicio vuelcos de dolor que semejaban torbellinos. Otras veces, advertíanse en él llamaradas que cruzaban como relámpagos de esperanza, nacidas de su amor y de la fe en el Dios Crucificado; pero luego desprendíase más y más de la tierra cada día y se entregaba apaciblemente á la muerte.

En la mañana, cuando salía de la prisión y tornaba al mundo, á la ciudad, á sus conocidos, á los afanes del vivir, parecíale estar soñando.

Tomo II
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