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QUO VADIS

sintió que el corazón se le estremecía de angustia y de temor.

—Esta es acaso la última noche que he de pasar al lado de Ligia, pensó.

Y despidiéndose entonces de Petronio, se dirigió apresuradamente en busca del sobrestante de las «fosas pútridas», á fin de pedirle su tessera.

Pero le aguardaba una contrariedad: el sobrestante no le dió la tessera.

—Perdóname, le dijo;—he hecho para ti cuanto me ha sido posible, pero ahora no debo arriesgar mi vida. Esta noche los cristianos serán llevados á los jardines del César, los calabozos estarán llenos de soldados y oficiales.

Si llegasen á reconocerte, yo y mis hijos estaríamos perdidos.

Vinicio comprendió que era inútil insistir.

No obstante, abrigaba la esperanza de que los soldados que antes le habían visto entrar le admitieran sin presentar el pase. Así, pues, llegada la noche, se disfrazó como de costumbre con la túnica de un sepulturero y atándose un paño al rededor de la cabeza, encaminóse á la prisión.

Pero aquel dio las tesserae fueron examinadas con mayor escrupulosidrd que de ordinario; y, lo que todavía fué peor, el centurión Escevino, soldado muy estricto, y que pertenecía al César en cuerpo y alma, reconoció á Vinicio. Pero, evidentemente en su endurecido pecho, brillaba todavía alguna chispa de compasión por el infortunio.

Porque, en vez de golpear con su lanza el escudo en son de alarma, condujo á parte á Vinicio y le dijo: —Señor, vuelve á tu casa. Te he reconocido: pero, como no quiero tu ruina, guardaré silencio. No me es posible dejarte pasar; vuelve, pues, por donde has venido y quieran los dioses suavizar tu dolor.

—No puedes permitirme la entrada,—dijo Vinicio,está bien: pero déjame entonces quedar aquí siquiera, y ver á quienes llevan fuera de la prisión.