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QUO VADIS

El César y Tigelino, en su deseo de terminar de una vez con los cristianos, y también á fin de evitar el contagio que desde las prisiones empezaba s propagarse más por la ciudad, habían dado orden de vaciar todos los sótanos, dejando en ellos tan solo una decena de individuos destinados al espectáculo final.

Así pues, una vez que las multitudes hubieron salvado los umbrales de los jardines cesáreos, quedaron mudas de asombro. Todas las calles principales y laterales que había en medio de espesas arboledas y á lo largo de prados y florestas, piscinas, campos y plazas floridas, velanse l'enas de postes revestidos de una capa de pez y á los cuales habíase atado á los cristianos.

En los puntos más elevados, en donde los árboles no ocultaban la vista, levantábanse hileras de estos postes, decorados con flores, mirto y hiedra, los cuales extendianse á la distancia, hasta el punto de que mientras los má cercanos semejaban mástiles de buques, los colocados á mayor distancia veíanse, unos como dardos, y otros como astas de bandera plantadas en tierra.

Su número había sobrepujado á la espectativa de la multitud.

Diríase que una ciudad entera estaba allí atada á esos pilares para entretenimiento de Roma y de su César.

La multitud de espectadores iba deteniéndose delante de algunos de esos postes, cuando la forma ó el sexo de la víctima despertaban su curiosidad.

Entonces miraban los rostros, las coronas, y las guirnaldas de hiedra, y proseguían su paseo de inspección, preguntándose, llenos de sorpresa: —¿Cómo es posible que haya habido tantos criminales, ni cómo concebir que tiernos niños, apenas capaces de caminar, hubieran puesto fuego á Roma?

Y del asombro pasaban por grado al temor.

Entretanto había obscurecido ya, y empezaban á brillar las estrellas en el firmamento,