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QUO VADIS

Cerca de cada uno de los condenados ocupó su sitio un esclavo, antorcha en mano; y cuando se dejó oir en varios puntos del jardín el toque de trompetas, por el cual se anunciaba que iba á comenzar el espectáculo, cada uno de esos esclavos pegó fuego al pie del poste con la antorcha que llevaba.

La paja oculta bajo las flores y empapada en pez, ardió al punto, dando una brillante llama, la cual fué aumentando por grados, llegó luego hasta la hiedra y ascendiendo en seguida, empezó á abrasar los pies de la víctima.

La multitud manteníase en silencio; en los jardines resonó un gemido inmenso, entre desgarradores gritos de dolor.

Empero, algunas víctimas alzaban sus rostros al firmamento estrellado y empezaban á orar y á entonar cánticos de alabanza á Cristo.

El pueblo escuchaba.

Pero hasta los corazones más endurecidos hubieron de llenarse de terror cuando desde los pilares más pequeños gritaban los niños con voces penetrantes: «Mamál ¡Mamál» Y un estremecimiento apoderóse aún de los espectadores que se encontraban ébrios, al ver aquellas cabecitas y aquellos rostros inocentes retorcerse por el dolor ó desmayarse axfisiados por el humo que empezaba á envolverlos.

Y las llamas subían y subían, y á cada instante abrasaban nuevas coronas de rosas y de hiedra.

La calle principal y las laterales veíanse ahora iluminadas; lo estaban asimismo los grupos de árboles, los prados y las floridas plazas; brillaba el agua de las piscinas, las hojas temblorosa de los árboles mostraban fulgores rosados y todo veíase con claridad como de luz meridiana.

Y cuando el olor de los cuerpos quemados llenó los jardines, los esclavos regaron los espacios que había entre los pilares con mirra y aloe, expresamente preparados para el caso.