Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo II (1900).pdf/384

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
378
QUO VADIS

nos. El tifus de las prisiones, que se había extendido por la ciudad, venía á dar pábulo mayor á la general zozobra.

El número de funerales aumentaba incesantemente y se repetía de boca en boca la afirmación de que serían necesarios nuevos piacula para apaciguar al desconocido dios.

Se hicieron entonces ofrendas en los templos de Jove y Libitina.

Y por último, á despecho de todos los esfuerzos de Tigelino y de sus secuaces, siguió propagándose en el pueblo la opinión de que la ciudad había sido incendiada por orden del César y de que á los cristianos se les estaba castigando injustamente.

Pero, por esa misma razón, el César y Tigelino mostrábanse ahora incansables en las persecuciones. Para calmar á las multitudes, ordenáronse nuevas distribuciones de trigo, aceitunas y vino. Para ayudar á los propietarios, publicáronse nuevos reglamentos, merced á los cuales se facilitaba la reconstrucción de los edificios; así como otras diversas disposiciones relativas á la anchura de las calles y á los materiales que debieran emplearse en la construcción, á fin de evitar la propagación de incendios en el porvenir.

El César en persona asistía á las sesiones del Senado á tomar consejo con los padres acerca de la mejor manera de promover el bienestar del pueblo y de la ciudad; pero ni siquiera una tombra de clemencia se dejó ver en favor de los condenados.

El señor del mundo se había propuesto firmemente, y sobre todas las cosas, dejar establecida en el ánimo del populacho la convicción de que tan implacables castigos solo podían ser infligidos á los verdaderos criminales.

En el Senado no se dejó escuchar ninguna voz en favor de los cristianos, porque nadie quería ofender al César; y además, todos aquellos que miraban hacia lo futuro con ojo previsor, insistían en la creencia de que los fundamen-