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QUO VADIS

que la deseara para Ligia y para él mismo, como la transmutación de un destino triste, adverso y opresivo, en otro infinitamente mejor.

Por momentos anticipábase en espíritu á la existencia que preveía más allá de la tumba. Esa tristeza, que ahora se cernia sobre las almas de Ligia y la suya, iba perdiendo paulatinamente su anterior amargura y transformándose por grados en una especie de abandono tranquilo y ultraterreno á la voluntad de Dios.

Vinicio, que antes había luchado de tan esforzada manera contra la corriente, y que en esa lucha había contrariado y torturado tan profundamente su ser intimo, por fin había cedido al poder de aquel torrente, convencido de que al dejarse arrastrar por él iba encaminándose por los rumbos de la eterna calma.

Adivinaba asimismo que Ligia, como él, estaba preparándose á la muerte, y que, á despecho de las espesas murallas de la prisión que les separaba, iban ambos avanzando juntos y paralelamente á un comun destino; y esa idea le hacía sonreir, lleno de intenso placer, cual si estuviera sonriendo á la felicidad.

Y á la verdad, iban avanzando juntos, juntos, y con tanta conformidad y harmonía como si por espacio de largo tiempo hubieran estado cambiando ideas y comunicándose hasta sus más intimos pensamientos.

La propia Ligia no alimentaba ningún deseo ni esperanza ninguna, que no fueran la esperanza y el deseo de la vida de ultratumba.

La muerte presentábase á la joven, no tan solamente como una liberación de las terribles murallas de aquella cárcel y de las manos criminales del César y de Tigelino, sino también como la hora de su matrimonio con Vinicio.

En presencia de esta inconmovible certidumbre, todas las demás consideraciones perdían absolutamente su importancia.

Después de la muerte vendría su felicidad, y una felici-