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QUO VADIS

dad que en cierto modo hallábase también vinculada á la felicidad terrena de que ella no había disfrutado; por esa razón esperábala además como espera una novia el día de sus nupcias.

Y esa inmensa é irresistible corriente de fe, que arrancaba de las realidades de la vida terrena y llevaba hasta mas allá de la tumba á millares de aquellos primeros confesores de Cristo, arrastraba también á Ursus.

Su corazón bueno y sencillo no se había resignado ante la idea de la muerte de Ligia; pero cuando día á día salvaban las murallas de la prisión las noticias de los que estaba aconteciendo en los anfiteatros y en los jardines; cuando la muerte parecía ser el lote común é inevitable de todos los cristianos y también su concepción,—más alta y sublime que todas las demás concepciones terrenas,de la felicidad eterna, él no se atrevia ya tampoco á rogar á Cristo que privase á Ligia de aquella felicidad ó que la aplazara por largos años. En su alma ingenua de bárbaro, pensaba además que á la hija del jefe ligur había de tocarle, de aquellas celestiales delicias, una participación mucho mayor que la hubiera de corresponder á toda una multitud de seres vulgares como él, por ejemplo; y que en medio de la eterna bienaventuranza estaría ella sentada más cerca del «Cordero» que muchísimos otros.

Ciertamente, había oído decir que ante Dios todos los hombres eran iguales; pero en el fondo de su alma seguía debatiéndose, contra esa creencia, la convicción de que la hija de un jefe, y además del jefe de todos los ligures, no era, o podría ser igual á la primera esclava con que tropezar pudiera uno en su camino.

Y esperaba también que Cristo le habría de permitir seguirla sirviendo allá en la otra vida.

Por otra parte, su único secreto anhelo era morir en la cruz, como había muerto el «Cordero.» Pero esto parecíale una felicidad tan grande, que apenas si oraba pedirla en sus oraciones, á pesar de no ocul-