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QUO VADIS

siado puede romperse, así el grande esfuerzo moral quebrantó á Vinicio. Una palidez mortal cubrió su rostro y sintió que su cuerpo desfallecia.

Y pensó entonces que había sido escuchada su plegaria y que ya venía la muerte á visitarle.

Parecióle, asimismo, que en ese propio momento morir debía Ligia también, y que Cristo así los llevaría unidos hacia El.

Y la arena, las albas togas, los espectadores incontables y la luz de millares de lámparas y antorchas, todo, todo desvanecióse ya ante su anublada vista.

Pero su desmayo no duró mucho tiempo. Al cabo de pocos instantes volvió en sí, mejor dicho, le volvieron en sí los golpes que daba con los pies la impaciente multitud.

—Tú estás enfermo,—dijo Petronio;—manda que te conduzcan á casa.

Y sin preocuparse de lo que el César diría, levantóse para sostener á Vinicio y salir con él.

Lleno estaba su corazón de lástima por el joven tribuno. Sentíase además irritado hasta lo indecible porque el César había estado mirando al través de su esmeralda á Vinicio, estudiando su congoja con aire de satisfacción, acaso para describirla después en algunas patéticas estro fas con las cuales pudiera conquistarse el aplauso de sus oyentes.

Vinicio movió la cabeza.

Bien podría morirse en aquel anfiteatro, pero no saldría de él. Por otra parte, el espectáculo habría de empezar de un momento á otro.

Y así era, porque casi en el propio instante el prefecto de la ciudad agitó un pañuelo rojo, rechinaron los goznes de una puerta situada en el costado opuesto al podium cesáreo y del obscuro antro salió Ursus á la arena brillante mente iluminada.

El gigante cerró los ojos, ofuscado acaso por el brillo