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Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo II (1900).pdf/401

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QUO VADIS

de la arena; en seguida se adelantó hasta el centro, mirando entretanto en derredor suyo, cual si quisiera darse cuenta del destino que le estaba reservado.

Sabido era por todos los augustianos y por la mayor parte de los espectadores que aquel hombre había aplastado á Crotón, así es que á su vista un murmullo recorrió todo el anfiteatro.

En Roma no hacían falta gladiadores de altura considerablemente superior a la medida ordinaria de un hombre, pero los ojos de los romanos no habían visto jamás hasta entonces un gigante parecido á Ursus.

Casio, de pie en el podium del César, velase raquítico al lado de aquel ligur. Los senadores, las vestales, el César, los augustianos y el pueblo contemplaban con el placer de verdaderos conocedores de aquellos poderosos miembros, tan fuertes como troncos de árboles, aquel pecho tan amplio, como dos escudos unidos y aquellos brazos de Hércules.

Y el murmullo acreció á cada instante.

Para aquellas multitudes no podía existir un placer mayor que contemplar esos músculos en ejercicio en alguna lucha.

Al murmullo iban ahora mezclándose gritos y vehementes preguntas, como esta: —¿Dónde está ese pueblo que produce gigantes de tal linaje?

Y Ursus estaba allí, en medio del anfiteatro, desnudo, semejante á un coloso de piedra, más que á un hombre, y se advertía en su rostro una expresión de recogimiento y al mismo tiempo la mirada melancólica de los bárbaros.

Y en tanto que examinaba la arena, posaba lleno de admiración la mirada candida de sus azules ojos de niño, ora sobre los espectadores, ora sobre el César ó sobre el enrejado de los cuuicula, por donde pensaba que habrían de venir sus verdugos.

En el momento de ingresar a la arena, su sencillo cora.