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QUO VADIS

Y ni siquiera sintió que Petronio en ese momento le cubría la cabeza con la toga. Parecióle á la sazón que el dolor ó la muerte hablanle cerrado los ojos. No miraba, no veía. La sensación de un tremendo vacío habíase apoderado de él. En su cabeza no existía un solo pensamiento; solamente sus labios repetían, cual si se hallara en un acceso de delirio: —¡Yo creol ¡Yo creo! ¡Yo creo!

A la sazón reinaba profundo silencio en el anfiteatro.

Los augustianos levantáronse de sus asientos como un solo hombre, pues en la arena había ocurrido algo insólito.

Aquel ligur que hacía pocos instantes había estado sumisamente dispuesto á morir, apenas hubo visto á su reina en los cuernos de la bestia feroz, saltó cual si le hubiera tocado un hierro candente, é inclinándose hacia adelante corrió hacia el enfurecido animal.

De todos los pechos brotó un grito de asombro, después del cual sobrevino un profundo silencio.

El ligur cayó sobre el toro bravío en un abrir y cerrar de ojos y le cogió por los cuernos.

—¡Miral—exclamó Petronio arrancando la toga de la cabeza de Vinicio.

Este se alzó é inclinó el cuello hacia atrás; su rostro estaba tan pálido como un lienzo y dirigió á la arena una mirada vidriosa y extraviada.

Todos los pechos contuvieron el aliento.

En el anfiteatro pudo á la sazón escucharse hasta el vuelo de una mosca. Los espectadores de aquella escena no daban crédito al testimonio de sus ojos. Desde que Roma era Roma nadie había visto una escena semejante.

El ligur tenía á la bestia feroz por los cuernos. Los pies del hombre habían penetrado en la arena hasta los tobillos, tenía deblada la espalda como un arco, la cabeza hundíase entre los hombros, y en los brazos destacábanse los músculos de manera tal, que parecía que el cútis iba