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QUO VADIS

á estallar en fuerza de aquella presión heróica; pero había logrado detener al toro en su camino.

Y el hombre y la bestia permanecieron así hasta que llegó el momento en que los espectadores creyeron estar mirando un cuadro que representaba alguna de las hazañas de Hércules ó Teseo, ó un grupo escultural tallado en piedra.

Pero en aquel aparente reposo, se hallaba en juego el tremendo impulso de dos fuerzas en lucha.

El toro, como el hombre, tenía hundidas las patas en la arena y su obscuro y peloso cuerpo hallábase encorvado de tal manera que parecía una bola gigantesca.

Cuál de los dos flaquearía primero, cuál de los dos caería vencido: esa era la cuestión para aquellos espectadores enamorados de tales lidias, cuestión que en aquel momento les importaba más que su propia suerte, y que toda Roma y su señorío del mundo entero.

Aquel ligur se presentaba en esos momentos á su vista como una especie de semidios, digno de homenajes y de estátuas.

El mismo Césor se había puesto de pie como los demás espectadores.

El y Tigelino habían oido hablar de las fuerzas extraordinarias del ligur y dispuesto aquel espectáculo expresamente, diciéndose el uno al otro con aire chancero.

—Veremos si ese matador de Crotón mata al toro que para él escojamos.

Así, pues, ahora contemplaban atónitos aquel cuadro, cual si en vez de realidad lo creyesen quimera.

En el anfiteatro había hombres que á la sazón habían levantado los brazos y permanecido en esa postura.

El sudor cubría los rostros de otros, cual si fueran ellos los que estuviesen luchando con la fiera.

Ningún ruido se escuchaba en el Circo en esos momentos, escepto el casi imperceptible que producian las oscilaciones de la llama en las lámparas y el chirrido de los