Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo II (1900).pdf/414

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
408
QUO VADIS

—¿Sabes, divinidad, lo que se me ocurre ahora? Escribe tú un poema sobre la doncella que por orden del señor del mundo fué libertada de los cuernos del toro salvaje y entregada á su amante. Los griegos son hombres de sentimiento, y estoy seguro de que ese poema les habrá de encantar.

Esta idea agradó al César, á pesar de toda su irritación, y le agradó por dos razones: primero, como tema para un canto; y segundo, porque en él podría glorificarse á sí mismo como al magnánimo señor del mundo. De ahí que después de mirar por breves momentos á Petronio, dijera: —Sil Tal vez tienes razón. Pero, ¿es propio que yo mismo celebre mi magnanimidad?

—Es innecesario que figuren los nombres de los personajes. En Roma todo el mundo sabrá de quienes se trata, y de Roma se difundirá por el mundo entero.

—Pero, ¿estás tú seguro de que esto agrade á las gentes de Acaya?

—¡Por Pólux, ya lo creol—dijo Petronio.

Y se retiró satisfecho, porque estaba seguro de que Nerón, cuya vida no era otra cosa que una adaptación de los sucesos reales á sus planes literarios, no desperdiciaría el tema que se le presentaba, y con este simple hecho habría de atar las manos á Tigelino.

No obstante, no significaba esto que se modificara en lo menor su propósito de enviar á Vinicio fuera de Roma tan pronto como lo permitiese la salud de Ligia.

Así, pues, lo primero que el dijo al día siguiente al joven tribuno fué: —Llévatela á Sicilia. Tales cuales han pasado los sucesos, nada te amenaza ahora de parte del César; pero Tigelino es capaz de recurrir aún al veneno, sino por odio á vosotros, por odio á mí.

Vinicio le contestó sonriendo: —Ell estuvo en las astas del toro salvaje, y sin embargo, Cristo la salvó.