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QUO VADIS

Vinicio sentía que esto era cierto y que ya nada quedaba en él del antiguo patricio, cuyo deseo y cuya voluntad eran las únicas leyes de su existencia.

Empero, en esas reminicencias no había el menor resabio amargo. Parecíales, á ambos, que por sobre sus cabezas habían volado muchos años y que aquel pasado horrendo se ocultaba ya como perdido en penumbras lejanas.

Y al mismo tiempo sentían en su alma una serenidad y una paz de que antes jamás habían creido disfrutar. Una nueva vida de ventura inmensa había sucedido á su vida anterior y les atraía y les envolvía como en una encantada red.

En Roma bien podía el César seguir llenando al mundo con las explosiones de su ira y esparciendo el terror por doquiera: ellos sentían velar sobre sus cabezas una invisible custodia cien veces más poderosa que Nerón; y ya no temían ni á su cólera ni á su maldad, como si el César hubiera dejado de ser para ellos el señor de vidas y muertes.

Una tarde, como á la caída del sol, llegó á los oídos de ambos el rugido de leones y otras fieras, procedentes de vivares distantes. Anteriormente esos rugidos llenaban de pavor á Vinicio y parecíanle ominosos: ahora Ligia y él al escucharlos, se miraron simplemente y alzaron luego la vista al crepúsculo vespertino.

En ocasiones Ligia, que todavía se hallaba muy débil é imposibilitada para pasear sola, quedábase dormida en medio de la tranquilidad de aquel jardín.

El velaba entonces su apacible sueño, y al contemplar con amantes ojos sus facciones, pensaba involuntariamente que su rostro no era el de aquella Ligia que había él conocido en la casa de Aulio Plaucio.

En efecto, la prisión y la enfermedad habían hasta cierto punto marchitado su hermosura.

Cuando Vinicio la viera en casa de Aulio, y aún des