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QUO VADIS

pués, cuando á la casa de Miriam había ido con el propósito de apoderarse de su amada, era la hermosura de ésta maravillosa como la de una estátua y también como la de una flor. Ahora su rostro habíase vuelto transparente, sus manos habíanse adelgazado, la enfermedad le había reducido el cuerpo, tenía los lábios pálidos y hasta el bello azul de sus ojos parecía haberse atenuado.

La hermosa Eunice de cabellos de oro, que la traia siempre flores y ricas telas para cubrir sus pies, mirábase, comparada con ella, como una divinidad de Chipre.

En vano intentaba Petronio descubrir en la joven sus anteriores encantos; y al reparar en ello encogíase de hombros y se decía que esa especie de sombra de los Campos Elíseos no valía las penas apuradas en todas las luchas, en todos los esfuerzos y en todas las torturas que casi habían arrancado la existencia á Vinicio.

Pero este último, enamorado ahora más del espíritu de Ligia que de su envoltura material, sentíase más y más adicto á ella; y en los momentos en que velaba su dulce sueño parecíale que en ella resumíanse para él todos los goces, todas las alegrías y todos los anhelos de su alma.

CAPÍTULO LXVIII

La noticia de la salvación prodigiosa de Ligia se extendió rápidamente entre los pocos cristianos que aún había esparcidos en diversos puntos de Roma y que habían logrado escapar á la destrucción.

Y los confesores de Cristo venían á ver á la elegida en quien habíase manifestado su favor de manera tan palmaria.

Los primeros visitantes fueron Nazario y Miriam, en casa de los cuales moraba todavía oculto el Apóstol Pedro.

Después vinieron otros.

Todos, inclusive Ligia, Vinicio y los esclavos cristianos de Petronio, escuchaban atentamente la narración de Ur