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QUO VADIS

sus acerca de la voz interior que había escuchado en su alma y que le había ordenado luchar con el toro salvaje.

Y todos, después de aquella visita, volvían llenos de consuelo y alentados por la esperanza de que Cristo no habría de permitir que sus confesores fuesen exterminados en la tierra antes de que El viniera el día del juicio.

Y únicamente la esperanza sostenia sus corazones, porque las persecuciones no habían cesado aún. Toda persona á quien el rumor público declaraba cristiano, era inmediatamente arrojado á una prisión por los guardias de la ciudad.

Cierto es que las víctimas hacíanse ahora escasas, porque la mayor parte de los confesores de Cristo habían sido ya aprisionados y entregados á las torturas y á la muerte.

Los cristianos restantes, ó se habían alejado de Roma é ido á esperar en provincias lejanas que pasara la tormenta, ó habían buscado sitios seguros donde ocultarse, no osando reunirse ya para hacer sus oraciones á no ser en arenales situados fuera de la ciudad.

Sin embargo, se les perseguía siempre, y aún cuando habían terminado ya los juegos, á los nuevos encarcelados se les destinaba para espectáculos futuros ó se les daba castigos especiales Y aún cuando en Roma se había dejado ya de creer que hubieran sido los autores del incendio, seguían siendo declarados los enemigos de la humanidad y del Esta do, y el edicto contra ellos continuaba en todo su vigor.

Por espacio de mucho tiempo no se aventuró, el Apóstol Pedro á presentarse en casa de Petronio; pero una no che Nazario anunció por fin su venida.

Ligia, que ya podia marchar sola, y Vinicio, corrieron á su encuentro, postráronse á sus pies y se los abrazaron.

Y él los acogio con tanta mayor emoción cuanto que ya no le quedaban muchas de las ovejas de aquel rebaño que Cristo le había ordenado apacentar y por la suerte de las cuales hallábase inundado de lágrimas su gran corazón.