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QUO VADIS

Así, pues, cuando Vinicio le dijo: —Señor, por tu causa el Redentor me la ha devuelto; el Apóstol contestó: —Te la ha devuelto á causa de tu fe, á fin de que no todos los labios que confiesen su nombre quedaran silenciosos.

Y era evidente que á la sazón pensaba en aquellos millares de hijos suyos, destrozados por las bestias feroces; pensaba en aquellas cruces que habian llenado por completo el Circo; y en aquellos pilares igneos de los jardines de la «Bestia,» porque sus palabras se hallaban impregnadas de amargura y de pesar.

Vinicio y Ligia notaron también que sus cabellos habíanse tornado completamente blancos, que todo su cuerpo se encorvaba ahora, y que en su rostro se pintaba una tristeza y un sufrimiento tan hondo como si él mismo hubiese debido apurar todos aquellos dolores y tormentos que habían soportado las víctimas del furor y la locura de Nerón.

Pero ambos comprendieron también que puesto que el mismo Cristo se había entregado á la tortura y á la muerte, á nadie era permitido evitarla.

Sin embargo, sintieron oprimidos sus corazones á la vista del Apostol, encorvado por los años, los trabajos y los sufrimientos.

Así, pues, Vinicio que tenía el propósito de llevar pronto á Ligia á Nápoles, en donde se reunirían con Pomponia para ir desde allí juntos á Sicilia, le imploró que saliera él también de Roma en su compañía.

Pero el Apostol pasó una mano sobre la cabeza del tribuno, y contestó: —Dentro de mi alma esto escuchando ahora estas palabras que el Señor me dijo en el Lago Tiberiades: «Cuando tú eras joven, tú mismo te vestias y caminabas adonde tu voluntad te conducía; pero cuando seas viejo, extenderás las manos y otro te vestirá y te conducirá adonde tú