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QUO VADIS

Las ovejas que me ordenaste apacentara ya no existen; tu iglesia ya no existe; la soledad y el duelo son los únicos moradores de tu capital; ¿qué me ordenas, pues, que haga ahora? Deberé permanecer aquí, ó habré de conducir fuera á los desbandados restos de mi rebaño, á fin de que puedan seguir glorificando tu nombre en secreto en alguna otra región allende el mar?

Y el Apostol vacilaba.

Creía que la verdad viviente no habría de perecer, que era necesario que triunfase; pero, por momentos pensaba que no era llegada todavía la hora, que solo llegaría cuando el Señor descendiera, el dia del juicio, en gloria y poder cien veces superior al poder de Nerón.

Con frecuencia venía á su mente la idea de que si salía de Roma, le seguirían los fieles; que les conduciría lejos, muy lejos, á las arboledas frondosas de la Galilea, á la tranquila superficie del Lago Tiberiades y les pondría en manos de pastores mansos como palomas ó como las ovejas que allí son apacentadas con el tomillo y el lepidio. (1) Y un deseo creciente de paz y descanso, una honda nostalgia del lago y de la Galilea se apoderaba del corazón del anciano pescador; y con frecuencia venían lágrimas á sus ojos.

Pero en el momento en que se trataba de optar, se apoderaba de él una repentina alarma y un vivo temor. ¿Cómo abandonaría él esa ciudad en la cual tanta sangre de mártires había caído sobre la tierra y en donde tantos labios moribundos habían dado público testimonio de su doctrina y de su fe? ¿Iba él solo á ceder al fin? Y qué habría de contestar al Señor, si de su boca oyera estas palabras: —¿Aquellos murieron por la fe, pero tú has preferido huir?» (1) Planta perenne, de ojas anchas, alternas, con dientes como de sierra por todos sus bordes, y flores menudas y blancas, de figura de cruz.

Es mediciual, muy picante y antiescorbutica.

Tomo II
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