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QUO VADIS

cias; de ahí el que tú puedas discernir mejor, si en comparación con las verdades que él enseñaba, no son todas las enseñanzas de los filósofos y de los retóricos un vacio juego de palabras sin significación alguna.

»¿Recuerdas la pregunta que Pablo te hizo?—¿Si el Cé—sar fuera cristiano, ¿no os sentiríais todos vosotros más seguros, más ciertos de seguir siendo dueños de lo que ahora poseéis, libres de zozobras y ciertos del mañana?» »Tú me decías entonces que nuestras enseñanzas eran enemigas de la existencia; y lyo te digo ahora que aun cuando desde el principio de esta carta me hubiese llevado, repitiéndote solamente estas dos palabras: «¡Soy feliz!» no habría podido aún manifestarte plenamente cuánta es mi felicidad.

»A esto has de contestar, por cierto, que mi felicidad es Ligia. Efectivamente, amigo mío. Porque yo amo su alma inmortal y porque ambos nos amamos en Jesucrislo, por eso no hay en tal amor ni separación, ni engaño, ni mudanza, ni edad, ni muerte.

»Porque, cuando la juventud y la hermosura pasen ó se agoten, cuando nuestros cuerpos se marchiten y venga la muerte, quedará siempre el amor, porque también quedará el espíritu.

»Antes de que se abrieran mis ojos á lo luz, habría sido yo capaz de incendiar mi casa por el amor de Ligia; pero ahora te digo que entonces yo no la amaba, pues fué Cristo quien primero me inició en su amor. En El reside la fuente de la paz y de la felicidad. Y no soy yo quien tal dice: la realidad misma de las cosas lo está pregonando.

»Compara tu propia vida opulenta y sibarita, querido amigo, envuelta en zozobras; tus deleites, inseguros del mañana; tus orgías, con el vivir de los cristianos, y encontrarás como resultante de esos paralelos una gráfica respuesta.

»Pero, para poder comparar con mejor acierto, ven á