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QUO VADIS

todo lo relativo á Grecia y á los griegos, podían ser muy útiles.

Pero Tigelino había ido gradualmente infiltrando en el ánimo del César la convicción de que Carinas le sobrepu jaba en buen gusto y en conocimientos, y que sería más apto y adecuado para disponer en Acaya juegos, recepciones y triunfos.

Y desde este momento estuvo Petronio perdido.

Pero no había suficiente valor para enviarle su sentencia en Roma.

El César y Tigelino recordaban muy bien que aquel aparentemente afeminado esteta, que hacía de la noche día,» que vivía en la molicie y se ocupaba tan solo en el arte, en el amor y las fiestas, había dado pruebas de una sorprendente habilidad y energía en el puesto de procónsul de Bitinia, y posteriormente como cónsul de la capital.

Considerábanle, pues, capaz de cualquier hazaña, y era sabido que en Roma contaba no solo con el amor del pueblo sino también hasta de los pretorianos.

Ninguno de los confidentes del César era capaz de prever cómo habia de obrar Petronio en un momento dado; pareció por lo tanto más prudente atraerlo fuera de la ciudad y darle el golpe en una de las provincias.

Con este objeto recibió una invitación para ir á Cumas con otros augustanos. Y se dirigió allí, si bien sospechó la celada que se le tendia, quizás por no aparecer en abierta oposición, quizás por mostrar una vez más al César y á los augustanos un semblante alegre y ajeno á toda preocupación y por alcanzar antes de su muerte una última victoria sobre Tigelino.

Entre tanto, este último le acusó de amistad con el senador Escevino, quien había sido el alma de la conspiración de Pisón.

Las gentes de Petronio que habían quedado en Roma fueron reducidas á prisión y los guardias pretorianos rodearon su casa.