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QUO VADIS

cirme, no lo podría. Y puesto que no lo deseo, me hallo doblemente imposibilitado.

Tú crees, como Pablo de Tarso, que del otro lado de la laguna Estigia has de ver á Cristo en algunos Campos Elíseos. Pues bien, llegado ese caso, que te diga El mismo si querría recibirme con mis gemas, mi vaso mirrino, mis libros publicados por los Sosios y con mi Eunice, la de los cabellos de oro.

»Y este pensomiento me hace reir; porque Pablo de Tarso me dijo que en obsequio á Cristo debe uno decir adiós á las guirnaldas de rosas, á las fiestas y á la molicie.

»Verdad es que me prometió un otro linaje de felicidad; pero yo le contesté que ya estaba demasiado viejo para una felicidad nueva, que mis ojos encontrarían siempre deleite en las rosas; y que el aroma de las violetas me era más caro que el olor que exhalan mis desaseados vecinos del Suburra.

»Por estas razones, la felicidad tuya no puede ser felicidad mía.

»Pero hay todavía otro motivo, que he reservado para el último: Thanatos (la Muerte) me llama. Para tí decirse puede que empiezan ahora los albores de la vida; pero mi sol se ha puesto ya, y los melancólicos fulgores del crepúsculo empiezan á rodear mi cabeza. En otras palabras: debo morir, carissime.

»Y no vale la pena el hablar extensamente de esto: yo debía terminar así. Tú que conoces á Enobarbo, comprenderás fácilmente la situación. Tigelino ha triunfado, ó mejor dicho, mis victorias han llegado á su término ya. He vivido como lo deseaba, y muero según me place.

»No tomes esto á pechos. Ningún dios me ha prometido la inmortalidad; así, pues, la muerte no me coje de sorpresa.

Y al mismo tiempo dígote que estás equivocado, Vinicio, al asegurar que solo tu Dios enseña al hombre á morir tranquilo. No. Nuestro mundo sabía desde antes que