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QUO VADIS

—¡Qué grande artista es el que vá á morir!

Entretanto, el mensajero de Faonte volvió trayendo la noticia de que el Senado había dictado la sentencia y declarado en ella que el «parricida» debería morir con arreglo á la antigua costumbre.

—¿Cuál es la antigua costumbre?—preguntó Nerón con los labios blancos.

—Con un tridente sujetarán tu cuello, te azotarán hasta que mueras y arrojarán luego al Tíber tu cadáver,—contestó bruscamente Epafrodito.

Nerón se descubrió el pecho y dijo alzando al firmamento la vista: —¡Ya es tiempo entonces!

Y luego repitió nuevamente: —¡Qué grande artista es el que vá á morir!

En ese momento dejóse oir el galope de un caballo.

Era el centurión que venía con un grupo de soldados en busca de la cabeza de Enobarbo.

—¡Apresúratel—exclamaron los libertos.

Nerón colocóse la cuchilla en el cuello con timidez.

Era evidente que jamás tendría el valor de introducirla toda.

Epafrodito entonces con un súbito ademán le empujó la mano y el puñal se introdujo hasta el mango.

Los ojos de Nerón dieron un vuelco horrible y expresaron un terror inmenso.

—Te traigo la vidal—exclamó el centurión entrando en ese instante.

—¡Demasiado tardel—dijo Nerón con voz ronca; y luego añadió: —¡Esa es la fidelidad!

Y en un abrir y cerrar de ojos apoderóse la muerte de su cabeza. De su grueso cuello borbotó la sangre en obscuro chorro sobre las flores del jardín. Azotó el suelo con los pies y murió.