Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo II (1900).pdf/49

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
47
QUO VADIS

Vinicio lo arrojó lejos de sí con el pie y dió á la orden.

En un abrir y cerrar de ojos dos fornidos cuados siguieron al mayordomo, y cogiendo á Chilo por los escasos mechones de sus cabellos, atáronle sus propios harapos alrededor del cuello y así le arrastraron á la prisión.

¡En nombre de Cristo!—clamó el griego á la salida ya del corredor.

T Vinicio quedó sólo.

La orden dada le reanimó, llenándole de brio. Intentó reunir sus dispersas ideas y ponerlas en orden.

Sentía un gran alivio y colmábale de satisfacción el triunfo que sobre sí mismo acababa de alcanzar. Decíase que había dado un gran paso hacia Ligia y héchose acreedor á una muy alta recompensa.

En el primer momento, ni siquiera se le ocurrió que acababa de hacer un tremendo agravio á Chilo, á quien hoy flagelaba en castigo de los mismos actos por los cuales habíale recompensado ayer.

Era todavía demasiado romano para que le movieran á lástima los dolores de otro hombre ó se dignara detener un punto en un misero griego su atención.

Y aún cuando llegase á pensar en el sufrimiento de Chilo, pronto se tranquilizaría su conciencia ante la consideración de que obraba bien, ordenando el castigo de semejante villano.

Preocupábale ahora Ligia, y la decía: —«No te he de pagar mal por bien; y cuando sepas cómo procedi con quien osó incitarme á que alzara una mano contra ti, me estarás agradecido..

Sin embargo, detúvose luego ante esta idea: El tratamiento de que acababa de hacer á Chilo victima, ¿merecería la aprobación de Ligia? La religión que ella confesaba prescribía el perdón. Y no sólo eso: los cristianos habíanlo otorgado á este propio miserable, aún cuando tuvieran mayores motivos de venganza.